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Crónicas del año cero: La Pensión

Publicado: 2010-03-20

Veníamos enfrentándonos al fin de los tiempos (allí donde peleaban la última batalla los guardianes de la década post-qualúdica), cuando se me presentó la virgen en patines, y nos mudamos. Ya estábamos atrasados y la vida en pareja nos reclamaba un lugar (no será esto un Mont-de-Marsan), después de 4 largos años de romance y de furtivos moteles de mala muerte y baños públicos y cines de barrio. Así que guardé mis armas (chipotes y chicharras), la tomé de la mano y nos fuimos. Los 90's se iban (váyanse por favor), y se nos venía el ultimo adiós, el cataclismo financiero y la debacle de los calendarios informáticos y las beatas rezaban por mantener su virginidad incólume mientras hacían cola para comprar kerosene y recibir el pan de cada día pero necesitábamos bailar, porque la vida es sólo el zumbido de un abejorro en caída libre y cae cae que algo cae entre tus manos y no es precisamente leche UPA. No son los años 80's, ni los 90's (agárrenme que no respondo y pueden haber muertos por esta década maldita), es el límite (del bien y del mal), es el fin de una era glacial y el advenimiento del no nacido, y los conteos infinitos reverberan en la noche como el sonido de dos urracas cantando Aída, y nada como Sisters of Mercy para despedirnos del grunge y de Bill Gates vestidos de cotillón y espumante barato (y para bajarla su rica Sidra). La discoteca Sad Division nos abrió sus puertas esa noche, y disfrazados de humanos celebrantes y ritualistas, bailamos como los demás la música de la nueva era, y soñamos esa noche que regresaríamos al año 79 a hacer cola en Epsa y a comer chocolate Alí Baba . No puedo concentrarme en mis recuerdos, hace mucho tiempo que no veo a nadie pero eso sí, dejé todo por ella, no por Ella, sino por Estela Ponce Pexoto, la defensora de los derechos humanos, de todos los derechos de cada humano en el planeta Tierra 3 (donde los malos son buenos y viceversa), excepto los míos, pero eso fue después.

Ahora, postrimerías del nuevo año y nuevo lustro y nueva década y nuevo siglo y nuevo milenio, vivimos juntos y está por empezar un nuevo juego: el juego del año cero. He conseguido un empleo en un bar para mujeres donde no hay otra cosa que hacer que sonreír, guiñar el ojo y recibir jugosas propinas, y de cuando en cuando, matar ruiseñores con una caña de pescar, you know what i mean, y hemos alquilado este departamento en una callecita vetusta y obsoleta (como un edificio en el que solía estar encerrado hace muchos años) y allí vivimos felices mientras estamos en la cama, y luego las cosas son como son, y no pagamos más que los demás, nos tienden la cama y Teresa nos tiende la mesa, y nuestras deudas son del tamaño de nuestras billeteras, y su mamá nos lleva cada viernes a comer, y hablamos de política y ella sospecha que allí el que anda bien (de arriba) soy yo, en todos los sentidos pero bueno, no es culpa de ella, ni culpable soy yo uoh o uoh oh, y cada fin de semana salgo a buscármela mientras ella trabaja de sol a sol en un periódico tomado por las fuerzas siniestras que controlan el país del nunca jamás, pero jamás hablamos de eso, porque hay que llevar la fiesta en paz, y si es de toque a toque y con Rulli Rendo, mejor aún. Los días de semana yo descanso, salgo a jugar ajedrez con mi amigo Eladio Gómez, técnico experto en reparar lavadoras, refrigeradoras y artefactos electrodomésticos en general (es muy bueno, después les paso su beeper), en la capota de un carro, y se apunta allí tambien el chato Alex Romero, malogrado ex niño bien que fugó por el lado menos amable hacia las interzonas del mundo de la repostería, y ustedes me entienden, y había encontrado trabajo como vigilante en la cuadra, armado de un pito, una cachiporra de juguete y un rostro curtido contra las penas, ennegrecido por el mal tabaco y las noches infernales, un niño rata a punto de saltarte a la hiel si es que intentabas hacer algo extraño en el perímetro de ese habitat nuestro, y somos 3 amantes del ajedrez perdidos en la neblina, yo les gano siempre pero me hacen la pelea, debo reconocerlo.

Quizás me debería tomar la molestia de describir, uno por uno, a cada uno de los vecinos que nos acompañaron en esa aventura. Al lado nuestro teníamos la pensión Ferré, habitada por seres que, como le dije en anterior ocasión, tendrían que ser presentados en sociedad, diablo mediante, con la advertencia, eso sí, que cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad, y no significa esto que mañana saldrás a la calle en mención a ver si te encuentras con alguno de los impresentables que presentaré, no sé si todos siguen vivos (la vida es así, injusta, no la he inventado yo), pero sí debo aclarar que lo que vi allí, no lo vi en ningún otro lado. ¡Qué vecinos por la PM que los RP! y con el perdón de las beatas de siempre que me escuchan por Radio Unión. Nosotros fuimos una pareja feliz hasta que recalamos allí. Quizas es una excusa decir esto, y así me limpio de polvo (de paja no, déjenme con mi adolescencia perenne), pero, bueno, con ustedes, nuestros vecinos

Mohamed Al Fahed Dodi III (legalmente conocido como Luis Reynaldo Reyes Rodríguez): pasó sus años mozos viviendo en Matute, La Victoria, donde aprendió diversas mañas y quecos, para mudarse luego al barrio de Recavarren en Miraflores y en donde adoptó el pomposo nombre con el que se presentaba, ademas de aclarar, por si las dudas, que su familia era poderosa y rica, que eran dueños de petroleras y de islas, y quizás hasta de un continente, pero que él no iba a ser tan pelotudo de exhibir sus riquezas, y su familia menos, y su familia no iba a ser igualmente pelotuda de darle un céntimo a él, el engreído (y perseguido por terroristas árabes, de paso, que intentaban secuestrarlo por ser un príncipe y un reaccionario) que alquilaba un cuarto en la pensión de 150 soles en la azotea, y se caía a pedazos la azotea, él, y sus libros, porque queda claro que era un amante trasnochado de la literatura (la literatura no correpondía su amor, cabe resaltar), y escribía kilómetros de poemas y novelas que fotocopiaba y anillaba y guardaba recelosamente en ese cuartito donde lo alumbraban sus libros (propios y ajenos), una comodoy, y una lamparita a gas porque había que estar preparado para los apagones. Lo de la familia rica me lo contó a mí, en tono de "no se lo cuentes a nadie". Sospecho yo que hacía lo mismo con los demás, en ese tono confidente y receloso y todos nos preguntábamos porqué un heredero de tamaña fortuna vestía como vestía, y pedía dinero, y tenía una pinta de no tener un meretricio cobre en el bolsillo, y las respuestas no quedaban en el aire, y yo sospechaba lo que ustedes, y bueno.

Entre el departamento y la pensión donde vivía Mohamed, había una academia de danza y al lado un cafetín, y allí solía pasar las horas fumando y leyendo periódico, esperando la salida de algún mortal para acosarlo con sus historias inverosímiles y quijotescas, con un acento, dicción y modismos absolutamente peruanos y autóctonos de la ciudad húmeda que habitábamos, hasta que de pronto, algo cambiaba en ese tono de voz y en esa dicción y en esos modismos, cada vez que algun extraño pasaba, anclaba o reculaba (me gusta esta palabra) por allí, de pronto un acento árabe aparecía allí, y nacía un español mal conjugado y pronunciado en árabe, y mal hablado, como hablado por un árabe, pero mal hablado por un árabe de la nobleza o de la realeza o de algun sultanato podrido en petrodólares o algo peor, mirando siempre de reojo al extraño, alzando la voz y mezclando temas de coyuntura geo-política y realidad económica mundial, con visos de paranoia y de hiper-manía, y tú te preguntabas algo en ese momento, pero ya era incontenible,  se había desbordado, expulsaba tal cantidad de absurdos por segundo que era irrefrenable, y tan sólo esperabas que el hongo atómico aparezca en el horizonte del mar de Adolfo García Grau (tremendo actor de Los Caballeros de la Cama Redonda) y se consuma todo ser vivo de una buena vez por el bien del planeta y de mis oídos, y cuando ya ningún extraño rondaba por allí, Mohamed regresaba a su tono limeño y displicente, regresaba su natural encarnación, y todo volvía a la normalidad. Si aparecía Estela en escena, agárrate Catalina, se le iluminaban esos ojitos fronterizos y se volvía un gentleman con visos de dandy tercermundista, y yo sabía que le gustaba y que babeaba por ella, pero nunca fui celoso, así que yo celebraba ese entusiasmo cuasi adolescente y lo dejaba salivar un rato como perro Pavloviano, mientras Estela andaba perdida en la luna de Paita y mas allá, sin percatarse de una mirada buitresca dirigida a la parte baja de su espalda que por, razones que desconozco, había crecido enormemente en la última etapa de su adolescencia. Cuando me despedía de él, eso sí, me tiraba un consejo en idioma arabesco trucho alzando la voz para que todos los vecinos sepan que allí en ese cochambroso barrio habitaba un heredero y un rico que no quería mostrarle al mundo abyecto y materialista cuan rico y poderoso eran él y su familia, y luego regresaba a su mesa a seguir leyendo a la Doctora Corazón y las cartas de los corazones solitarios, como el suyo, y que nos bailen lo quitado, y olé. Y este sobre se autodestruirá en 5 segundos, pero continuará...


Escrito por

Batmacumba

Batmacumba a secas


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Batmacumba

Pan y Circo